El DRAE define “cosa” del siguiente modo: “Todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta. // Objeto inanimado, por oposición a ser viviente. // Asunto, tema o negocio. // Der. En contraposición a persona o sujeto, objeto de las relaciones jurídicas. En el régimen de esclavitud el esclavo era una cosa. // Der. Objeto material, en oposición a los derechos creados sobre él y a las prestaciones personales. // Der. Bien”.
Salazar Bondy (1974, p. 25) explica que cosismo es la “orientación filosófica que concibe todo lo real como cosa”; y la cosificación es la “reducción de las personas al estado de cosas”. Es cierto, nuestra sociedad sufre una cosificación, un despojamiento de los valores morales, y se enfoca a las personas como sujetos consumidores o realizadores de hechos que pueden ser representados estadísticamente. Castro-Kikuchi (2000, p. 119) anota: “Como fenómeno objetivo de carácter histórico, propio de la producción mercantil y en particular de la sociedad capitalista, donde adquiere notable extensión y agudización, la cosificación se manifiesta a través del fetichismo de la mercancía y cursa paralelamente por una especie de despersonalización del hombre y con la asignación a los objetos de las propiedades y atributos del sujeto”.
Pero no vamos a ocuparnos aquí del conflicto ético que la industrialización o la publicidad generan sobre el hombre, sino sobre el uso de la palabra “cosa” en la comunicación cotidiana. Es frecuente escuchar, por ejemplo, que “el ejercicio fue una cosa difícil”, “la puntuación es una cosa sencilla”, “me regalaron una cosita graciosa”.
“Cosa”: pobreza léxica o pereza mental
Quirós Sánchez (1984, p. 58) indica que el abuso de este vocablo forma parte de la pobreza léxica, “pues en la generalizada tendencia al menor esfuerzo la palabra ‘cosa’ se ha convertido en recurso de primera mano para designar aspectos materiales o inmateriales, simples o complejos, animados o inanimados, definidos o imprecisos. En la conversación familiar y en las versiones periodísticas es corriente escuchar expresiones como: Es cosa de hombres. Varias cosas se discutieron en la reunión. La ejecución del proyecto es cosa de técnicos. En vez del término cosa debe utilizarse el equivalente preciso que, en los tres ejemplos propuestos, serían problema, aspectos, asuntos o temas y cuestión”.
En efecto, cuando alguien dice “Compré una cosita”, esa “cosita” puede ser un reloj, un portarretrato, un álbum, una lámpara, etc. En la oración “Hay una cosa que no comprendo”, no sabemos si “cosa” es un procedimiento, una operación matemática, un párrafo, una idea..., y en “Me contaron una cosa interesante”, “cosa” podría precisarse por fábula, anécdota, dilema, etc. Como observamos, la palabra “cosa” puede evitarse si disponemos de un vocabulario amplio que nos permita designar a la “cosa” por su nombre específico, salvo que nuestro interés sea precisamente crear la vaguedad.
“Algo” o un término preciso
El significado impreciso de la palabra “cosa” y su fácil uso se presenta también en la palabra “algo”. Martín Vivaldi (2000, pp. 156-159) explica que las palabras “cosa” y “algo” son palabras baúl, porque contienen una diversidad de significados y, por tanto, tienen un sentido vago; pero si queremos una expresión con mayor riqueza estos términos pueden ser reemplazados por otros que sean apropiados.
La palabra “algo” es un pronombre indefinido y su empleo es correcto si buscamos aludir a un hecho difuso o desconocido, generando un sentido indeterminado como, por ejemplo, en las expresiones “anoche oí algo”, “César estuvo leyendo algo en la sala” y “conversaron sobre algo”. Pero la palabra “algo” resulta inapropiada si la información puede precisarse: “anoche oí un silbido”, César estuvo leyendo un poemario en la sala” y “conversaron sobre política”.
“Algo” desempeña también la función de adverbio con el significado de “un poco”: la película fue algo divertida, es una persona algo extraña. En el DRAE se registra la expresión “algo es algo”, que se usa “para indicar que no se deben despreciar las cosas por muy pequeñas o de poca calidad”.
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Castro-Kikuchi, L. (2000). Diccionario de Ciencias de la Educación. Lima: Ceguro editores.
Quirós Sánchez, E. (1984). Patología de la redacción periodística. Manual para el hombre de prensa. Lima: Centro de Documentación e Información Andina. Promotores, Consultores y Asesores Andinos.
Salazar Bondy, A. (1974). Breve vocabulario filosófico. 3.ª ed. Lima: Arica.
Vivaldi, G. M. (2000). Curso de Redacción. Teoría y Práctica de la Composición y del Estilo. 23.ª ed. Madrid: Paraninfo.
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