jueves, 25 de julio de 2013

aún, más aún y más aún todavía

aún
La palabra aún (con tilde) es sustituible por ‘todavía’, cuando la empleamos con significado  temporal, “denotando la continuidad o persistencia de una situación”; esto es consabido. Su empleo “con valor ponderativo o intensivo (a menudo en oraciones de sentido comparativo, acompañado de los adverbios más, menos, mejor, peor, etc.)” se observa en los ejemplos siguientes citados en la Ortografía de la lengua española (RAE-AALE, 2010, pp. 271-272):

Insultó al vecino, y aún pretendía que este le pidiera disculpas.
Aunque el resultado es bueno, aún podríamos mejorarlo.
Aún cabría mencionar alguna de sus últimas obras.
No te quejes, que aún has tenido suerte.
Miguel es aún más simpático que su hermano.
Peor aún es disculparlos, si son realmente culpables.
Es más interesante aún de lo que esperábamos.

más aún
En las tres últimas oraciones que he resaltado es fácilmente reconocible el uso intensivo de  aún por estar acompañados de los adverbios comparativos. Aquí otros ejemplos:

[] Desde entonces acaricié la esperanza de hablar un poquito con ella, más aún, de que también reconociese mi voz como yo reconocía la suya.  (Mario Benedetti en su cuento “La familia Iriarte”, párr. 6).

Don José es de oficio cerrajero y tiene un pequeño quiosco donde saca duplicados de llaves desde hace más de 30 años en la avenida José Leal (Lince). Nunca fue a la universidad y menos aún a un programa de posgrado en marketing. Sin embargo, es capaz de generar experiencias de compra inolvidables con su actitud frente a los problemas que le presentan. […] (Gladys Triveño, “Experiencias de compra”. En: Suplemento Mi empresa, p. 13; El Comercio, Lima, 25-12-2011).

más aún todavía 
Al ser aún reemplazable por todavía, en una carta a Pablo Abril (1928), César Vallejo escribe: “Lo del Soviet es una cosa formidable. Más todavía: milagrosa”.

Observemos en las dos citas siguientes que el significado de todavía se refiere al tiempo:
El costo de la construcción del Gasoducto Sur Peruano (GSP) podría elevarse aún más pues todavía no está definido el recorrido exacto de la tubería, reconoció Proinversión, agencia encargada la concesión. (Inversión en gasoducto sur podría ser aún mayor. En diario Perú21, Lima, 26-2-2013, http://peru21.pe/economia/inversion-gasoducto-sur-podria-mayor-2119154).

Todavía no contamos con un derecho de consulta reforzado ni adecuado y, menos aún, con un derecho de consentimiento. Los reglamentos para la concesión, exploración y explotación [minera] no integran la participación de la población. (Alejandra Alayza, “La actitud del estado debe alejarse de la represión y, por el contrario, fomentar ese diálogo e informar mejor a la comunidad”. En Red Verde Perú, boletín 17, Lima, 14-9-2007, http://www.noticiasaliadas.org/red_verde/perured.html).

Sin embargo, el texto que norma nuestra escritura no brinda ejemplos del adverbio aún junto a un adverbio comparativo y a todavía con valor intensivo, en donde la frase entera alcanza un nivel superlativo; veamos esta ilustrativa cita:
El yo ajeno, en su realidad de verdad, nos resulta en el fondo siempre inaccesible. Más aún si se trata de un ausente esencial para quien intenta penetrarlo psicológicamente. Más aún todavía, si se trata de una personalidad cubre, de una grandeza superior de humanidad y de una complejidad de dinamismos excepcionales y raramente originales como la personalidad de César Vallejo. (Leopoldo Chiappo, “La personalidad de Vallejo”).

............................
Real Academia Española-Asociación de Academias de la Lengua Española (2010). Ortografía de la lengua española. Madrid: Espasa Libros.

viernes, 12 de julio de 2013

LAS MALAS PALABRAS

LAS MALAS PALABRAS
EL TABÚ EN EL LENGUAJE

José López Mauricio

“En nuestro lenguaje diario hay un grupo de palabras prohibidas, secretas, sin contenido claro, y a cuya mágica ambigüedad confiamos la expresión de las más brutales o sutiles de nuestras emociones y reacciones. Palabras malditas, que solo pronunciamos en voz alta cuando no somos dueños de nosotros mismos”.   Octavio Paz

Dice un chiste que las malas palabras son aquellas que les pegan a las palabras pequeñas. Con el nombre de “malas palabras”, “palabrotas” o “lisuras” se conoce a un conjunto de vocablos prohibidos y censurados, pero, ¿qué son en realidad las “malas palabras”?, ¿qué significan?, ¿debe prohibirse su uso?, ¿qué actitud deben asumir los padres y docentes frente a este vocabulario?

EL ORIGEN DEL TABÚ

Lozano (2003, p. 31) explica que el tabú lingüístico se manifiesta “cuando se considera indecente y censurable pronunciar ciertas palabras ‘soeces’, relacionadas, por ejemplo, con la vida sexual o ciertos procesos digestivos. Sin embargo, no es mala la cosa en sí misma, sino la palabra que la designa; por eso, el tabú se vence designando la misma cosa con otra palabra que, entonces, adquiere una categoría eufemística”.  Igualmente, Cáceres (1998, p. 18) sostiene que palabras como pajarito, cosita, etc., se crean cuando se considera vergonzoso designar a los genitales, en lugar de nombrarlos apropiadamente. La observación de ambos autores corresponde al espacio familiar, cuando algunos padres piensan que así conservan la inocencia y pudor de sus hijos, y les ordenan, tácita o explícitamente, desterrar los nombres auténticos de su propio cuerpo.

Otro espacio donde se presentan las “malas palabras” es en la interacción agresiva entre adultos, donde el lenguaje sirve para el insulto. Espinoza (2001) observa que la agresión verbal la “podemos hacer de muy diversas maneras, utilizando formas sutiles, disfrazadas, apoyándonos exclusivamente en el tono de nuestra voz o usando palabras especializadas en herir, sobajar y/o lastimar a las personas, es decir, haciendo uso de las llamadas ‘malas palabras’ o groserías”.

EL REPERTORIO AGRESIVO

El diccionario de la RAE define lo soez como “bajo, grosero, indigno, vil”,  y entre las palabras comprendidas con la calificación de soeces, generalmente convertidas en interjecciones, entre las más ofensivas y desperdigadas en contextos vulgares, tenemos:

Mierda: (del latín merda) Excremento humano y de algunos animales. Coloquialmente, es la “grasa, suciedad o porquería que se pega a la ropa o a otra cosa. Cosa sin valor o mal hecha”. También se utiliza para calificar despectivamente a una “persona sin cualidades ni méritos”. Como interjección vulgar “expresa contrariedad o indignación”. El diccionario registra la expresión ‘vete, idos, etc. a la mierda con el significado de vete a paseo’. En nuestro entorno, cuando oímos que un sujeto envía a la mierda a otro, lo que le dice es que no le da importancia a lo que ha hecho o dicho. El eufemismo de ‘mierda’, por parentesco fonético, es miércoles.

Carajo: (de origen incierto) Según el DRAE, carajo es el miembro viril, aunque en realidad este significado es totalmente ajeno en nuestro entorno. En lo que sí hay correspondencia con lo registrado es la expresión coloquial que “denota enfado o rechazo”, “negación, decisión, contrariedad, etc.”. Es una interjección usada “para expresar disgusto, rechazo, sorpresa, asombro, etc.”. Sus variantes eufemísticas son caramba y caray. Una explicación difundida en Puerto Rico sobre el origen de ‘carajo’ indica que durante la colonización española algunos tripulantes pagaban el viaje desde España a través de su trabajo en la embarcación; estos eran enviados a un cesto, llamado carajo, en lo alto del mástil para que cumplan la función de vigías y, ahí, debido a su escasa adaptación al mar, padecían mareos y vómitos. De modo, que cuando alguien era enviado al carajo equivalía a enviarlo a sufrir variados trastornos.

Concha de tu madre: Literalmente significa “vagina de tu madre”, y es el insulto más grave que se puede proferir.  Denegri (2005, p. 28) explica esta expresión vulgar en una de sus variantes: la forma conchetumadre es la abreviación de la frase exclamativa ¡Ándate a la concha de tu madre! Y cuando se le insulta a alguien con esta frase “lo que en realidad le estamos diciendo es que tenga acceso o cópula carnal con ella […]. Estamos, pues, incitándolo a que viole el tabú universal del incesto entre madre e hijo; violación que se juzga gravísima. Por eso resulta tan ofensivo el improperio.” Y agrega que el uso ha convertido esta expresión en simple insulto “por haber perdido este término la connotación de ayuntamiento entre madre e hijo”, de modo que incluso se le oiga entre riñas de mujeres. Valle informa que la “mentada de madre” tiene dos formas: “la española o universal que le atribuye a la madre del enemigo ocasional un oficio convencionalmente infamante (es decir, de prostituta); y la manera peruana, curiosísima, porque en realidad no insulta a la madre del sujeto, sino que, más bien, valiéndose de una metáfora algo vulgar pero muy lograda expresa el deseo de que el adversario regrese a sus orígenes, es decir, que le hubiera sido mejor no haber nacido”.

Al igual que las anteriores expresiones, otras que integran un vocabulario grotesco y obsceno son las que se refieren generalmente a los genitales y a los actos sexuales, y sus denominaciones, aunque algunas son comunes en Hispanoamérica, varían en sus formas y matices de significado en los distintos países. Este léxico, cuyo listado incluye hijueputa, malparido, maricón, boludo, etc., es frecuente en estratos vulgares y en ámbitos militares donde prima la rudeza física y verbal entre varones. Lamentablemente, gran parte de periódicos y programas televisivos difunden este vocabulario sin buscar una reflexión sobre su pertinencia o explorar la riqueza formal de nuestro idioma.

LA TENSIÓN DESCARGADA

Cuando un niño emplea palabras que le han sido prohibidas no solo sentirá la culpa de una desobediencia ominosa sino que a veces puede ser castigado con el rigor implacable de los adultos que desean de ese modo encauzar su decencia. Sin embargo, Heriberto Tejo, en un cuento infantil titulado “Historia del soldado que ganó la guerra”, narra la graciosa historia de un soldado “pedorro” –una ‘mala palabra’–, cuya copiosa flatulencia, ocasionada por haber comido frijoles, le sirvió como arma fulminante contra el ejército enemigo. Este sencillo cuento con seguridad provoca más  que sonrisas en el infante lector porque encuentra la complicidad del autor en su trasgresión al usar la palabra prohibida. Los niños encuentran placer en la osadía de vulnerar las restricciones lingüísticas.

Valle (citado por Lozano 2003) explica que en el caso de los adultos, las palabras soeces, con frecuencia presentes en conflictos airados, sirven para la “descarga emocional o –si queremos– limpieza del subconsciente. A veces una lucha verbal de groserías impide enfrentamientos físicos. […] Las lisuras descargan y alivian frecuentemente ese cúmulo  de tensiones”. Por su parte, Espinoza (2001), refiriéndose en general a los insultos, señala que “las groserías representan una válvulas de escape para la tensión por la que pasamos, al insultar descargamos a tal grado nuestro enojo, nuestra impotencia, nuestro dolor, que se podría decir que el insulto puede cumplir también una función catártica en el ser humano”.

EL TRATAMIENTO EDUCATIVO

En los eufemismos domésticos que sirven para referir a los genitales, a las excreciones o los procesos digestivos, es necesario utilizar las palabras con propiedad. La diferencia entre un niño que dice “quiero hacer pipí” y otro que dice “quiero orinar” es que mientras una expresión corresponde al falso candor y prejuicio que sume en el oscurantismo, la otra denota la libertad en el uso del lenguaje que promueve la confianza y el conocimiento. Debemos emplear el lenguaje en su plenitud y desacralizar aquellas que fueron proscritas por un ingenuo sentido moral, y expresarnos con la propiedad que nos brinda el conocer realmente lo que somos y lo que nos rodea.

Con respecto a las palabras insultantes, dice Martha Hildebrandt que cuando las circunstancias ameritan que alguien pronuncie enfáticamente un carajo, esta palabra estará justificadamente bien dicha. Esto es lo que se llama funcionalidad del lenguaje, cuando las palabras desempeñan su papel correspondiente de acuerdo a determinadas situaciones. Barrios (citada por Machado y Ureta, 2002) explica que las palabras procaces, “desde el punto de vista de la sociolingüística, no se puede ignorar que son una marca de informalidad y que hay situaciones en que es adecuado usarlas y otras en que no lo es”. No obstante estos argumentos, no se trata de que estos términos se empleen como muletillas, pues se presentan casos en que algunas personas o desconocen el significado de las palabras o simplemente su excesivo uso los ha despojado de su fuerza agresiva y los emplean como si fuesen vocativos. El vocabulario soez no debe ser elogiado ni por los padres ni por los docentes, ni tampoco deben estos agobiarse vanamente en desterrarlo. Como aconseja Valle, “mucho más práctico y beneficioso resultará discutir con ellos sobre el punto, para sacar las respectivas conclusiones”.

En síntesis, si se trata de los eufemismos infantiles que sustituyen a las palabras “malas”, quienes educamos debemos emplear las palabras apropiadas. Si se trata de los términos insultantes, debemos evitar este vocabulario, tanto en espacios formales como informales, y utilizar un lenguaje educado y asertivo. Los adultos debemos recomendar a los jóvenes, sobre todo si son estudiantes universitarios, que utilicen un código adecuado al contexto, buscando un nivel formal y decoroso. Al abordar el repertorio procaz en el hogar o en el aula, no se pretenderá aprobar el uso de un vocabulario vulgar, sino de indagar su sentido, reconocer su función perturbadora y, solo mediante la reflexión, podremos orientar el uso de nuestra lengua, amplia y magnífica, hacia una expresión respetuosa que nos permita una fraterna comunicación.

Referencias bibliográficas
Cáceres, A. (1998). Tonterías que se dicen del sexo. Lima: San Marcos.
Denegri, M. A. (2005). Léxico obsceno. En: Domingo. La revista de La República. Lima, 27 de febrero; pág. 28.
Espinoza, M. (2001). Algo sobre la historia de las palabrotas. En: Revista Razón y Palabra. México, octubre-noviembre. N.º 23.
 Recuperado de:
http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n23/23_mespinosa.html
Lozano, S. (2003). Los senderos del lenguaje. 4ª edic. Trujillo: Páginas Libres.
Machado, E. y Ureta, M. (2002). Aproximación al tabú de las malas palabras. En: Boletín de la Academia Nacional de Letras. N.º 11. Uruguay, enero – junio. Recuperado de:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/notas/malas_palabras.htm 

jueves, 17 de enero de 2013

el aula y las aulas

¿Cómo dice usted?: ¿el agua o la agua? Sí, dice “el agua”. Y cómo debe ser: ¿el agua frío o el agua fría? Claro, dice “el agua fría”. Ahora, preguntémonos por qué junto a un sustantivo femenino como es “agua” se usa un artículo masculino y un adjetivo femenino; si siguiéramos la norma de concordancia, ¿no deberíamos decir “la agua fría”?
Debido a que “agua” comienza en “a” tónica, si pronunciamos “la agua”, la vocal “a” final e inicial respectivamente de cada palabra se ligan en /lagua/, produciéndose una cacofonía. Por esta razón, y para crear una expresión eufónica, nuestro idioma permite la licencia de cambiar el artículo femenino por uno masculino, de modo que tenemos “el agua fría”.
Miguel Carneiro (1997, p. 85) nos precisa la regla que debemos seguir: los sustantivos femeninos que empiezan con “a” tónica son precedidas por el artículo masculino para evitar la cacofonía. José Moreno (2003, pp. 644-645) nos informa que esta prescripción para lograr la eufonía se publicó desde hace siglos en la gramática española.
Aplicando la regla, debemos decir “el aula limpia” y “un aula amplia”, pero debemos mantener los artículos femeninos en “las aulas” y en “unas aulas” simplemente porque aquí ya no se presenta lo cacofónico. La regla tampoco se aplica si entre el artículo y el sustantivo femenino singulares se inserta un adjetivo, como ocurre en “la nueva aula”, “la amplia aula”, “la cómoda aula”. La regla no es aplicable a sustantivos femeninos cuya sílaba tónica no sea la “a” inicial, como en avenida y avestruz.
Veamos un listado de palabras en las cuales se aplica la regla:
acta: el acta, las actas;
águila: el águila, las águilas, la sorprendente águila;
ala: las alas, el ala caída, la caída ala;
alma: el alma, las almas, la grandiosa alma;
arca: el arca, las arcas, la enorme arca;
área: el área seleccionada, un área, las áreas, la sombreada área;
arma: el arma, un arma, las armas, la pequeña arma;
arpa: el arpa, las arpas, la lujosa arpa;
ave: el ave, las aves, la hermosa ave;
habla: las hablas, el habla registrada, la registrada habla;
hada: el hada, las hadas, la generosa hada;
hambre: el hambre, las hambres; la saciada hambre.
Con respecto al artículo indefinido “un” que antecede a un femenino, Moreno (2003, p. 645) indica que en nuestra normativa subsiste, sin embargo, una imprecisión, pues en el Esbozo de una nueva Gramática de la lengua española (de 1973) se anota: “como femenino se emplea un, y bastantes menos veces una, ante nombre sustantivo femenino singular que empieza por el fonema vocálico /a/, escrito a- o ha-, cuando posee acento de intensidad y sigue inmediatamente el indefinido: un ave, un aria”. Y sugiere este autor que, a pesar de existir varios ejemplos del uso del artículo “un” con sustantivos femeninos en la literatura clásica, “hace falta un buen estudio sobre la preferencia (de un o una) en los buenos escritores contemporáneos”.
El arte poética
Quizá alguien se haya preguntado si lo correcto es decir “el arte poético” o “el arte poética”. La tarea es, primero, conocer el género de “arte”. En el DRAE tenemos: “(Del lat. ars, artis). amb.”, ambiguo, de manera que la palabra puede presentarse con artículos de los dos géneros, como en el arte abstracto, el arte cinematográfico, y las bellas artes. Como en la misma entrada observamos “arte poética”, podemos decir entonces que en virtud de la regla revisada acerca de la eufonía, lo correcto es “el arte poética”. Así lo emplean, por ejemplo, Giovanna Minardi en el título de su ensayo sobre nuestro célebre cuentista, “El arte poética de Julio Ramón Ribeyro”; y Alma La Fuente, en la Presentación de su libro de teoría literaria: “El mundo latino nos dejó también un Arte Poética, la célebre Epístola a los Pisones en la cual Horacio señala las características y dificultades de cada género con el fin de aleccionar a los jóvenes hijos del noble Pisón, escritores noveles”.

----------
Carneiro Figueroa, M. (1997). Manual de redacción superior. Lima: San Marcos.
La Fuente, A. F. A. (1975?). Iniciación literaria. (2.ª ed.). Lima: Arica.
Moreno de Alba, J. G. (2003). Suma de minucias del lenguaje. México: Fondo de Cultura Económica. Colec. Lengua y Estudios Literarios.

cosa y algo

El DRAE define “cosa” del siguiente modo: “Todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta. // Objeto inanimado, por oposición a ser viviente. // Asunto, tema o negocio. // Der. En contraposición a persona o sujeto, objeto de las relaciones jurídicas. En el régimen de esclavitud el esclavo era una cosa. // Der. Objeto material, en oposición a los derechos creados sobre él y a las prestaciones personales. // Der. Bien”.
      Salazar Bondy (1974, p. 25) explica que cosismo es la “orientación filosófica que concibe todo lo real como cosa”; y la cosificación es la “reducción de las personas al estado de cosas”. Es cierto, nuestra sociedad sufre una cosificación, un despojamiento de los valores morales, y se enfoca a las personas como sujetos consumidores o realizadores de hechos que pueden ser representados estadísticamente. Castro-Kikuchi (2000, p. 119) anota: “Como fenómeno objetivo de carácter histórico, propio de la producción mercantil y en particular de la sociedad capitalista, donde adquiere notable extensión y agudización, la cosificación se manifiesta a través del fetichismo de la mercancía y cursa paralelamente por una especie de despersonalización del hombre y con la asignación a los objetos de las propiedades y atributos del sujeto”. 
Pero no vamos a ocuparnos aquí del conflicto ético que la industrialización o la publicidad generan sobre el hombre, sino sobre el uso de la palabra “cosa” en la comunicación cotidiana. Es frecuente escuchar, por ejemplo, que “el ejercicio fue una cosa difícil”, “la puntuación es una cosa sencilla”, “me regalaron una cosita graciosa”.
“Cosa”: pobreza léxica o pereza mental
       Quirós Sánchez (1984, p. 58) indica que el abuso de este vocablo forma parte de la pobreza léxica, “pues en la generalizada tendencia al menor esfuerzo la palabra ‘cosa’ se ha convertido en recurso de primera mano para designar aspectos materiales o inmateriales, simples o complejos, animados o inanimados, definidos o imprecisos. En la conversación familiar y en las versiones periodísticas es corriente escuchar expresiones como: Es cosa de hombres. Varias cosas se discutieron en la reunión. La ejecución del proyecto es cosa de técnicos. En vez del término cosa debe utilizarse el equivalente preciso que, en los tres ejemplos propuestos, serían problema, aspectos, asuntos o temas y cuestión”.
      En efecto, cuando alguien dice “Compré una cosita”, esa “cosita” puede ser un reloj, un portarretrato, un álbum, una lámpara, etc. En la oración “Hay una cosa que no comprendo”, no sabemos si “cosa” es un procedimiento, una operación matemática, un párrafo, una idea..., y en “Me contaron una cosa interesante”, “cosa”  podría precisarse por fábula, anécdota, dilema, etc. Como observamos, la palabra “cosa” puede evitarse si disponemos de un vocabulario amplio que nos permita designar a la “cosa” por su nombre específico, salvo que nuestro interés sea precisamente crear la vaguedad.
“Algo” o un término preciso
      El significado impreciso de la palabra “cosa” y su fácil uso se presenta también en la palabra “algo”. Martín Vivaldi (2000,  pp. 156-159) explica que las palabras “cosa” y “algo” son palabras baúl, porque contienen una diversidad de significados y, por tanto, tienen un sentido vago; pero si queremos una expresión con mayor riqueza estos términos pueden ser reemplazados por otros que sean apropiados.
      La palabra “algo” es un pronombre indefinido y su empleo es correcto si buscamos aludir a un hecho difuso o desconocido, generando un sentido indeterminado como, por ejemplo, en las expresiones “anoche oí algo”, “César estuvo leyendo algo en la sala” y “conversaron sobre algo”. Pero la palabra “algo” resulta inapropiada si la información puede precisarse: “anoche oí un silbido”, César estuvo leyendo un poemario en la sala” y “conversaron sobre política”.
     “Algo” desempeña también la función de adverbio con el significado de “un poco”: la película fue algo divertida, es una persona algo extraña. En el DRAE se registra la expresión “algo es algo”, que se usa “para indicar que no se deben despreciar las cosas por muy pequeñas o de poca calidad”.

------------
Castro-Kikuchi, L. (2000). Diccionario de Ciencias de la Educación. Lima: Ceguro editores.
Quirós Sánchez, E. (1984). Patología de la redacción periodística. Manual para el hombre de prensa. Lima: Centro de Documentación e Información Andina. Promotores, Consultores y Asesores Andinos.
Salazar Bondy, A. (1974). Breve vocabulario filosófico. 3.ª ed. Lima: Arica.
Vivaldi, G. M. (2000). Curso de Redacción. Teoría y Práctica de la Composición y del Estilo. 23.ª ed. Madrid: Paraninfo.



viernes, 4 de enero de 2013

quinceavo y decimoquinto

En la calle, e incluso en la radio y en la televisión, es posible escuchar que se realizó “el quinceavo concurso de marinera”, que fulano ganó “en la onceava maratón”, que tal revista ha publicado “su edición treinta”, que el colegio está celebrando “su cuarentavo aniversario”, etc.; sin embargo, en estas expresiones los adjetivos numerales son incorrectos. Veamos por qué.
CARDINALES
PARTITIVOS
ORDINALES
uno

primero
dos
mitad
segundo
tres
tercio
tercero
cuatro
cuarto
cuarto
cinco
quinto
quinto
seis
sexto
sexto
siete
sétimo
sétimo
ocho
octavo
octavo
nueve
noveno
noveno
diez
décimo
décimo
once
onceavo
undécimo
doce
doceavo o dozavo
duodécimo
trece
treceavo o trezavo
decimotercero
catorce
catorceavo o catorzavo
decimocuarto
quince
quinceavo
decimoquinto
dieciséis
dieciseisavo
decimosexto
diecisiete
diecisieteavo
decimosétimo
dieciocho
dieciochoavo
decimooctavo
diecinueve
diecinueveavo
decimonoveno
veinte
veintavo o veinteavo
vigésimo
veintiuno
veintiunavo
vigésimo primero
veintidós
veintidosavo
vigésimo segundo
treinta
treintavo
trigésimo
cuarenta
cuarentavo
cuadragésimo
cincuenta
cincuentavo
quincuagésimo
sesenta
sesentavo
sexagésimo
setenta
setentavo
septuagésimo
ochenta
ochentavo
octogésimo
noventa
noventavo
nonagésimo
cien
centavo
centésimo
Números cardinales
Estos números son adjetivos que designan una cantidad entera de seres; así, podemos tener: cinco libros, trece revistas, etc. Aunque también se emplean como sustantivos: el quince de agosto obtuve veinte en el examen.
Números partitivos
 Si un pastel es dividido en cinco partes proporcionales, cada fragmento será un quinto; si se divide en ocho partes, cada pedazo será un octavo, y si se divide en quince partes, cada fracción será un quinceavo de pastel. Aquí, estos adjetivos sí son correctos porque se trata de fracciones y reciben el nombre precisamente de números partitivos, fraccionarios o quebrados.
Números ordinales
Otro tipo de números son los ordinales, cuyo nombre alude obviamente a orden o sucesión. Si, por ejemplo, queremos establecer un orden de mérito entre competidores, podremos decir: fulano obtuvo el primer puesto; mengano, el segundo; zutano, el tercero, y así sucesivamente.
Si aplicamos lo dicho a las expresiones citadas inicialmente, observamos claramente que se debió decir: se realizó el decimoquinto concurso de marinera, que fulano ganó en la undécima maratón, que tal revista ha publicado su trigésima edición, y aquel colegio está celebrando su cuadragésimo aniversario.
      Al observar la tabla, comprenderá que la confusión común en el uso de numerales se debe a que los ordinales cuarto, quinto, sexto, etc., hasta décimo tienen escritura idéntica a los partitivos, y se piensa que esa semejanza continúa en los demás casos.
Con frecuencia, los ordinales son expresados con números romanos, de modo que los carteles anuncian el VIII (octavo) Festival de la Música, el XXIV (vigésimo cuarto) Concurso Canino, el LVI (quincuagésimo sexto) aniversario de una institución.
CARDINALES
ORDINALES
doscientos
ducentésimo
trescientos
tricentésimo
cuatrocientos
cuadringentésimo
quinientos
quingentésimo
seiscientos
sexcentésimo
setecientos
septingentésimo
ochocientos
octingentésimo
novecientos
noningentésimo
mil
milésimo

A propósito, como el Perú fue independizado en 1821, este año celebraremos el centésimo nonagésimo segundo (192) aniversario de su independencia; y Lima, fundada en 1535, este año conmemorará su cuadringentésimo septuagésimo octavo (478) aniversario de fundación. Y si usted es inquieto, verá en el diccionario que un septingentésimo es el que sigue al o a lo sexcentésimo nonagésimo nono.   

hemorragia (de sangre) y salió (afuera)

En una institución académica es posible que nos inviten a una conferencia (completamente) gratuita y se nos exija asistir (puntualmente) a las 7.00 p. m. Cuando estemos en el auditorio se nos pida que esperemos un(os) (breves) instante(s), después se nos brinde un saludo (de bienvenida) y nos informen (por adelantado), que los participantes (presentes) que redacten (por escrito) un (breve) resumen con las conclusiones (finales) (al término) de la ponencia, recibirán un premio (muy) (especial).
Como hemos observado, las palabras presentadas entre paréntesis no aportan nada en la significación, pues están sobreentendidas y son redundantes.
El DRAE define la redundancia (del lat. redundantĭa) como “sobra o demasiada abundancia de cualquier cosa o en cualquier línea. // Repetición o uso excesivo de una palabra o concepto. // Cierta repetición de la información contenida en un mensaje, que permite, a pesar de la pérdida de una parte de este, reconstruir su contenido”.
Es redundante el empleo de palabras con conceptos semejantes: (vuelvo a) reiterar, repetir; insistir (de nuevo), caminar (a pie), suele (a menudo), a la (misma) vez, recordar (de memoria), hijo (primogénito), coordinadas (entre sí), vigente (en la actualidad).
También incurrimos en redundancia al agregar palabras cuyos significados están implicados en otras: lapso (de tiempo), hace cuatro años (atrás), hemorragia (de sangre), erario (público), hijo (varón), jauría (de perros), rebaño (de ovejas), cardumen (de peces), subrayó (debajo), un error (no intencional), constelación (de estrellas), resultados (alcanzados), regimiento (de soldados), (color) azul, volar (por el aire), (proceso de) aprendizaje, kilogramos (de peso), reafirmar (otra vez), abismo (sin fondo), migaja (de pan), (breve) síntesis.
Similar situación se presenta con el uso de adjetivos cuyos significados están comprendidos en el sustantivo: plan (futuro), (pequeña) casita, crisis (seria), (falso) pretexto, a la (mayor) brevedad (posible), mi opinión (personal), (nueva) iniciativa, partitura (musical), hecho (real), (pasada) experiencia, peligro (potencial), resultado (final), memorando (interno), (propia) autoestima, abstinencia (total); igual ocurre con algunas palabras adverbializadas: (completamente) desnudo, (totalmente) gratis.
Es notoria la torpeza de las frases “bajó hacia abajo”, “entró adentro”, “salió afuera” y “subió para arriba”, errores que se pueden evitar si precisamos el destino: bajó al sótano, subió a la biblioteca, salió al patio, entró a la oficina. Una redundancia escandalosa es usar adverbios que significan aumento en palabras con conceptos absolutos: (muy) esencial, (muy) primordial, (más) menor, (más) mejor, (más) superior.

Pero o sin embargo, nunca o jamás

Hace varios años, durante un periodo electoral, Fernando Olivera fue criticado por usar la escena de la famosa “patadita” en la campaña televisiva contra Alan García, porque resultaba ofensiva para la víctima el recordarle aquella afrenta. Olivera dijo entonces: “Esa es una imagen real, pero sin embargo, vamos a considerar su retiro”.
La palabra “pero” es una conjunción adversativa y se utiliza para unir proposiciones breves. (Fui al teatro, pero no hubo función). El conector “sin embargo” es igualmente adversativo y se emplea generalmente para unir proposiciones extensas. (El rol de los medios de comunicación es educar a la población a través de la información objetiva, la opinión comprometida y una apertura democrática; sin embargo, en nuestro país ese rol parece una fantasía). Por tanto, es erróneo emplear “pero sin embargo” porque cada elemento significa lo mismo; igualmente sucede con la combinación “nunca jamás” que a veces escuchamos (Iré a la fiesta, pero con él nunca jamás).
Un amigo (personal)
Dice el periodista español Álex Grijelmo (2004, pp. 39-40): “Algunas palabras tienen un significado completo, contundente, que apenas admite matices cuando se pronuncian solas. Decimos ‘amigo’ y con eso está todo expresado. ‘Cristina y Javier son mis amigos’, por ejemplo. [...] ‘Emma, Carmen, Elena, Lola y Montse son mis amigas.’ Pueden cambiar los nombres, pero la palabra se afirma hermosa en cada una de sus sílabas”. Y concluye: “Ahora oímos continuamente que Fulano es ‘amigo personal’ de Mengano, como si un amigo no fuera personal. Y eso es un peligro. Si dejamos de creer en la palabra amigo, si empezamos a adjetivarla, algún día dejaremos de creer en la amistad”.
La redundancia es un vicio de expresión que puede ser identificado si conocemos el significado de las palabras y organizamos enunciados donde cada una sea necesaria y cumpla su función con plenitud.

-----------
Grijelmo, Á. (2004). La punta de la lengua. Críticas con humor sobre el idioma y el diccionario. Madrid: Aguilar.
Paizy, G. (2006). Redundancias. Recuperado de www.ciudadseva.com/enlaces/redunda.htm